15 de noviembre de 2011

DIABETES: El enemigo silencioso

Mexico; DF.- | El Universal. El enemigo silencioso avanza. Lo hace sin síntomas aparentes y mata sin consideración de edad o sexo, lo hace en cualquier momento. El adversario es incurable pero sí prevenible y se puede controlar; se trata de la diabetes mellitus.
Es una enfermedad crónico degenerativa, cuya característica principal es la hiperglucemia, es decir, quien la padece tiene niveles elevados de glucosa en la sangre. Existen diferentes tipos, los más comunes son la tipo I juvenil, que se presenta generalmente durante la niñez o
 adolescencia. En estos casos el páncreas, órgano encargado de la producción de insulina, no realiza su función, por lo tanto se requiere una fuerte externa que la suministre y se realiza a través de inyección de insulina.

La diabetes tipo II es la más común entre personas adultas de más de 45 años, aunque ya se presenta también en niños. La causa más relacionada a la aparición de la enfermedad es la obesidad, seguida de la carga genética cuando padres o abuelos la hayan padecido, tener una vida sedentaria, no hacer ejercicio y tener malos hábitos alimenticios, es decir, sí se puede prevenir.

Mario Antonio Rojas Díaz, jefe de servicios de medicina interna del hospital de especialidades Doctor Belisario Domínguez de la Secretaría de Salud del DF (SSDF), reconoció que la diabetes mellitus tipo II es ya un problema de salud pública, “tan sólo en este hospital se registran mensualmente alrededor de 400 ingresos hospitalarios al área de medicina interna cuyo principal padecimiento es una enfermedad derivada de la diabetes”.

Las más comunes son trastornos cardiovasculares, infarto cerebral, insuficiencia renal, ceguera y amputaciones; “no tienen fecha de aparición pueden presentarse a los cinco, 10 ó 15 años, depende de los cuidados”, dice y agrega que son éstas enfermedades las que generan un gran impacto económico familiar e institucional.

De acuerdo al Sistema Automatizado de Egresos Hospitalarios de la SSDF, de enero a septiembre de este año la Secretaría de Salud local ha atendido tres mil 258 pacientes por diabetes mellitus, de los cuales mil 795 son hombres y el resto mujeres, los rangos de edad de atención van de los 45 a los 64 años de edad, sin embargo se han atendido 114 casos de pacientes entre 15 y 24 años; 179 de 25 a 34 años y 503 de los 35 a 44 años de edad y en 2011 se han registrado 201 fallecimientos por esta causa.



Todos en riesgo de tener diabetes


Antonio González Chávez, jefe del servicio de medicina interna del hospital General de México y presidente de la Federación Mexicana de Diabetes, aseguró que nadie está exento de enfermarse. “Todos estamos en riesgo de tener diabetes y la receta es la educación de la población y la prevención”.

Explicó que es necesario cambiar el estilo de vida y los hábitos, “cosa nada sencilla. Debemos aprender a alimentarnos, hacer actividad física, medirnos, comer sano, beber agua y con eso bastaría. Está demostrado que si se llevan a cabo esas recomendaciones se previene la diabetes”.

Especialistas advierten que el padecimiento es un problema de salud pública ya que no respeta edad ni sexo.




‘Uno ya no puede hacer su vida normal’


La diabetes les cambió la vida. Los malos hábitos alimenticios quedaron atrás, ahora viven de forma más saludable, pero el daño ya está hecho y no hay marcha atrás, deberán por siempre vivir con diabetes mellitus tipo II.

Juan Manuel Luna tiene 66 años, a simple vista no parece enfermo porque la diabetes no se nota. Fue hace 14 años cuando lo asaltaron, le fracturaron un tobillo y le colocaron clavos para soldar el hueso, los médicos detectaron altos niveles de glucosa en la sangre de Juan, pero aún no era diabético, se sometió a dieta y a un tratamiento riguroso, el tratamiento falló y le diagnosticaron diabetes.

Tras la noticia, dice Juan, “me deprimí y luego lo fui tomando bien como debe ser y comencé con la dieta y luego con la aplicación de insulina”. Admite que no es muy bueno para seguir dietas. “Debo reconocerlo, no soy muy metódico para la dieta, hago ejercicio diario, camino y casi no uso el carro pero así que lleve una dieta como debe, la verdad no, no mucho”.

Juan vive bien con la diabetes, “trato de evitar las grasas y controlarme, cada tercer día me hago mi prueba y los niveles varían, antes eran de 230 ó 240 ahora, hasta los fines de semana que tengo una fiesta y me llego a tomar una copita los niveles están en 180 máximo”, dice.

Rosa María Cerezo también ya aprendió a vivir con la diabetes. A los 49 años le diagnosticaron la enfermedad, han pasado 11 y dice que su vida actual ya no es lo que eran antes.

“La vida cambia ya no puede una hacer su vida normal, tiene que cuidarse uno mucho, ahorita me aplico insulina, antes no hacia ejercicio, ahora camino media hora y hago yoga tres veces por semana pero de todos modos ya tengo la enfermedad”.




‘Todos los días me ponen insulina’

“Todos los días y por siempre así será”, es lo que dice Diego, quien a sus siete años ha entendido que su vida gira en torno a la aplicación de insulina, pues vive con diabetes mellitus tipo I desde hace cinco años.

Sus manos aún son pequeñas y desde que era un bebé de dos años, han sido sometidas a múltiples pinchazos para medir el nivel de glucosa, administrar la dosis de insulina adecuada y que continúe con vida.

Desde hace cinco años, cuando fue diagnosticado, cada tres veces al día debe medir sus niveles de glucosa. “Puedo jugar y comer lo mismo que mis compañeros nada más que a mí me ponen insulina”, cuenta Diego.

La rutina es diaria: “Me levanto, me checo, me ponen insulina y como, me voy a la escuela y a la hora del lunch otra vez pasa lo mismo, me checo, me ponen insulina y como y así todos los días y para siempre”.

A la hora de clases, los abuelos o papás de Diego acuden a aplicarle la insulina, pero sabe que cuando crezca él lo deberá hacer solo y por eso se prepara.

A su lado está Lenny, un león de peluche “que también tiene diabetes como yo y está aquí para que me enseñe a ponerme la insulina ¿Verdad Lenny?”, le pregunta al león.

Una alarma interrumpe abruptamente. El pequeño trae el glucómetro y con precisión acomoda todo, se pincha el dedo y aplica una diminuta gota de sangre sobre la tira reactiva y de inmediato aparece el resultado “353, estoy muy alto”, dice y mira a Nadia Montes, su mamá.

— ¿Qué hay que hacer? pregunta Nadia.

“Bajarme la glucosa”— responde Diego.

Los rangos normales son entre 100 y 140, explica, y en su microinfusora escribe su nivel de azúcar y el aparato calcula la dosis necesaria para estabilizarlo.

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