Siglo I: Nerón comete toda clase de abusos y asesinatos e incendia Roma. Siglo IV: Atila al mando de los hunos roba, mata y saquea poblados enteros desde Mongolia hasta Rusia. Siglo XVI: la condesa húngara Báthory es acusada de asesinar a más de 600 jovencitas para bañarse en su sangre.
Siglos XX y XXI, asesinos en serie como Charles Manson (EU), “El Mochaorejas” y “La mataviejitas”, en México, se vuelven célebres por los métodos utilizados para torturar y ejecutar a sus víctimas. La conducta criminal, presente en todas las épocas y sociedades, también ha sido un enigma para los estudiosos del hombre y la sociedad.
¿Los criminales nacen o se hacen? ¿Actúan por voluntad o sólo responden a la influencia de factores bioquímicos internos o factores externos condicionantes? ¿Hay trastornos mentales que los induzcan a obrar así? La reflexión sobre estas interrogantes ya estaba presente en Grecia y Roma antiguas.
¿Nacidos para delinquir?
“Desde las primeras observaciones de los griegos ya se distinguian rasgos conductuales como la agresión, que estaba presente en un carácter descrito como colérico”, explica el neurocientífico Oscar Galicia, de la Universidad Iberoamericana (UIA). “En esa época se pensaba que el carácter estaba determinado por ciertos humores que circulaban en los ventrículos cerebrales”.
Siglos después de los griegos, que basaban sus asociaciones entre conducta delictiva y rasgos corporales en la mencionada teoría de los humores (colérico, melancólico, sanguíneo y flemático) diversas escuelas de pensamiento en Europa, guiadas por la sociología y la antropología entre otras materias, establecieron las bases de lo que más tarde se convertiría en la criminología.
Una de las primeras corrientes, llamada clásica, surgió en el siglo XVIII. Sostenía que el ser humano, como poseedor de libre albedrío, era capaz de elegir si violaba el orden establecido o asumía las normas sociales partir de la valoración de las consecuencias de sus actos. La severidad de las penas por cometer delitos sería entonces un elemento de disuasión.
Un siglo después, la denominada escuela positivista propuso que no era la voluntad sino infuencias internas y externas, fuera del control individual, los factores determinantes de la conducta delictiva. Una de las figuras más conocidas de esta escuela fue el italiano Cesare Lombroso. Él propuso que ciertos rasgos fisiológicos, como las dimensiones de la mandíbula, eran indicativos de tendencias criminales atávicas.
El factor social
Esta corriente positivista, que quería fundar en hechos observables sus tesis, tuvo otras variantes que ponderaban el peso de factores sociales (Alexandre Lacassange, Francia).
Luego, en el siglo XX, académicos de la Universidad de Chicago (Robert Park) postularon que el crecimiento de las ciudades con anillos externos marginados conducía a la desorganización social, el caldo de cultivo del delito.
Las visiones deterministas como la biológica de Lombroso y sus variantes ya están superadas y se consideran pseudocientíficas. Hoy los estudiosos reconocen que en la génesis del crimen confluyen aspectos biológicos como desórdenes cerebrales, influencias del entorno, alteraciones psicológicas y, desde luego, el marco legal y la eficacia con la cual es aplicado.
“La criminalidad es un fenómeno muy complejo que puede darse por diversas razones: trastornos mentales, pobreza extrema o desempleo, venganza, avaricia, entre muchas otras”, considera el doctor en derecho Juan Federico Arriola. Añade que en esta área ha habido avances biológicos médicos, sociológicos, jurídicos y políticos.
La cancelación de la lobotomía (destrucción de lóbulos cerebrales, supuestamente para curar trastornos de personalidad) la abolición formal y material de la pena de muerte —de la que México es partícipe— así como los avances médicos en el estudio del cerebro son las mayores aportaciones que se han incorporado recientemente a la criminología”, añade el académico de la UIA.
“Hoy el análisis criminológico sobre la peligrosidad o la agresividad está más basado en los conocimientos sobre cómo se regula la agresión en los seres humanos u otras especies”, dice el doctor Galicia, quien distingue entre la conducta agresiva, que contribuye a la supervivencia de la especie y la violencia, cuyo único fin es la destrucción del otro. Este extremo irracional es el que se observa en los seres humanos.
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